Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO IX


Llega el ejército donde hay bastimento. Patofa se vuelve a su casa y Juan de Añasco va a descubrir tierra



Los cuatro caballeros, que con la relación y buena nueva de haber hallado comida y tierra poblada dejamos en el camino, llegaron donde el gobernador estaba, habiendo caminado en un día, a la vuelta, lo que habían caminado en tres a la ida, que fueron más de doce leguas, y le dieron aviso de lo que habían descubierto.

El cual, luego que amaneció, mandó caminar la gente donde los cuatro caballeros la guiasen. Los soldados tenían tanta hambre y tan buena gana de ir donde hallasen comida que caminaron a rienda suelta sin que fuese posible ponerlos en orden ni que caminasen en escuadrón, como solían, sino que iba adelante el que más podía, tanta fue la prisa que se dieron a caminar que el día siguiente, antes de mediodía, estaban ya todos en el pueblo.

Al gobernador le pareció parar en él algunos días, así porque la gente se refrescase y reformase del trabajo pasado como por esperar los tres capitanes que por las otras partes habían ido a descubrir la tierra. Los cuales, habiendo caminado tres días en seguimiento del viaje que cada uno de ellos había tomado y habiendo hallado casi todos tres igualmente muchos caminos y sendas que por todas partes atravesaban la tierra, por las cuales hallaron rastro de indios, mas no pudiendo haber alguno para se informar de él ni pudiendo descubrir poblado, por no alejarse más y porque no llevaban más término, se volvieron al puesto al fin del quinto día que se habían partido del gobernador y, no le hallando, siguieron el rastro que el ejército dejaba hecho, y, en otros dos días, habiendo padecido la hambre y trabajos que se pueden imaginar como hombres que había más de ocho días que no habían comido sino hierbas y raíces, y aún no hasta hartar, llegaron al pueblo donde el gobernador estaba, en cuya presencia, y en la de todos los compañeros, refiriendo los unos a los otros los trabajos y hambre que habían pasado, se alentaron y cuidaron de reformarse.

Toda la hambre y necesidad que hemos contado que pasaron estos españoles en los despoblados la cuenta muy largamente Alonso de Carmona en su relación, y dice que fueron cuatro los puercos que mataron para socorrer la gente, y que eran muy grandes, con que (dice), "sacamos el vientre de mal año." Debió de decirlo por ironía por ser cosa tan poca para tanta gente.

En este primer pueblo de la provincia de Cofachiqui, donde se juntó todo el ejército, paró el gobernador siete días para que la gente se rehiciese del trabajo pasado, en los cuales el capitán Patofa y sus ocho mil indios, con el secreto posible, hicieron todo mal y daño que pudieron en sus enemigos. Corrieron cuatro leguas de tierra a todas partes donde pudiesen dañar. Mataron los indios e indias que pudieron haber y les quitaron los cascos para llevárselos en testimonio de sus hazañas; saquearon los pueblos y templos que pudieron alcanzar; no les quemaron, como quisieran, porque no lo viese o supiese el gobernador. En suma, no dejaron de hacer cosas de las que en daño de sus enemigos y venganza propia pudieron haber imaginado. Y pasara adelante la crueldad, si al quinto día de aquella estada no llegara a noticia del gobernador lo que Patofa y sus indios habían hecho y hacían. El cual, considerando que no era justo que debajo de su favor y sombra nadie hiciese daño a otro y que no sería bien que por el mal que otro hacía sin consentimiento suyo él cobrase enemigos para adelante, pues iba antes convidando con la paz a los indios que haciéndoles guerra, acordó despedir a Patofa para que con todos los suyos se volviese luego a su tierra y así lo puso por obra que, habiéndole rendido las gracias por la amistad y buena compañía que le había hecho y habiéndole dado para él y para su curaca piezas de paños y sedas, lienzos, cuchillos, tijeras y espejos, y otras cosas de España que ellos estiman en mucho, lo envió muy contento y alegre de la merced y favor que se le había hecho, empero, mucho más lo iba él por haber cumplido bastantemente la palabra que a su señor había dado de le vengar de sus enemigos y ofensores.

Después que Patofa y sus indios se fueron, quedó el gobernador en el mismo pueblo descansado otros dos días; mas, ya que vio su gente reformada, le pareció pasar adelante y caminar por la ribera del río arriba hacia donde iba la poblazón. Así fue el ejército tres días sin topar indio alguno vivo sino muchos muertos y sin cascos, donde vieron los castellanos la mortandad que Patofa había hecho, de cuya causa los naturales se habían retirado la tierra adentro donde no pudiesen haberlos. En los pueblos hallaron comida, que era lo que habían menester.

Al fin de los tres días paró el ejército en un muy hermoso sitio de tierra fresca de mucha arboleda de morales y otros árboles fructíferos cargados de fruta. El gobernador no quiso pasar adelante hasta saber qué tierra fuese aquélla, y habiendo hecho alojar toda su gente, mandó llamar al contador Juan de Añasco y le dio orden que con treinta soldados infantes siguiese el mismo camino que hasta allí habían traído (el cual, aunque angosto, pasaba adelante), y procurase haber aquella noche algún indio para tomar lengua de lo que en aquella tierra había y saber cómo se llamaba el señor de ella y las demás cosas que les convenía saber, y, cuando no pudiese haber indio, trajese alguna otra buena relación para que con ella el ejército pasase adelante no tan a ciegas como hasta allí había venido. Y al fin de la comisión, le dijo que, pues en todas las jornadas que habían hecho particulares siempre había tenido buen suceso, de cuya causa se las encomendaba a él antes que a otro, procurase tenerlo también en aquélla que tanto les importaba.

Juan de Añasco y sus treinta compañeros salieron del real a pie antes que anocheciese y, con todo el silencio posible, como gente que iba a saltear, siguieron el camino que les fue señalado, el cual cuanto más adelante iba tanto más se iba ensanchando y haciendo camino real. Habiendo, pues, caminado por él casi dos leguas, oyeron con el silencio de la noche un murmullo como de pueblo que estaba cerca, y caminando otro poco más para salir de una manga de monte que por delante llevaban, que les quitaba la vista, vieron lumbres y oyeron ladrar perros y llorar niños y hablar hombres y mujeres, de manera que reconocieron que era pueblo, por lo cual se apercibieron nuestros españoles para prender algún indio por los arrabales secretamente sin que los sintiesen, deseando cada cual de ellos ser el primero que le echase mano por gozar de la honra de haber sido más diligente. Yendo así todos con este cuidado, se hallaron burlados de sus esperanzas, porque el río, que hasta allí habían llevado a un lado, se les atravesaba y pasaba entre ellos y el pueblo. Los cristianos pararon un buen rato en la ribera del río en una gran playa y desembarcadero de canoas, y habiendo cenado y descansado, que serían ya las doce de la noche, se volvieron al real, do llegaron poco antes que amaneciese y dieron cuenta al gobernador de lo que habían visto y oído.

El cual, luego que fue de día, salió con cien infantes y cien caballos y fue a ver el pueblo y reconocer y saber lo que en él había de pro y contra para su descubrimiento. Llegando al desembarcadero de las canoas, Juan Ortiz y Pedro el Indio dieron voces a los indios que estaban en la otra ribera diciéndoles que viniesen a oír y volver con una embajada que les querían dar para el señor de aquella tierra. Los indios, viendo cosa tan nueva para ellos como españoles y caballos, a mucha prisa entraron en el pueblo y publicaron lo que les habían dicho.